domingo, 30 de diciembre de 2012

De paseo con la muerte

Desde hace días necesito compartir una experiencia que está cambiando mi percepción del mundo. Hay momentos en la vida que son únicos, inolvidables, memorables, grandiosos; días en los que la vida parece mostrar su mejor cara o días en los que la crueldad de la existencia te hace madurar a pasos de gigante. Pero hay veces en que los momentos que te hacen reflexionar y cambiar tu rumbo no son días, ni horas, ni minutos; son instantes, unos segundos que se marcan a fuego en la piel.

 
La muerte, qué decir de ella que no de miedo, cómo mencionarla sin que se me pongan los pelos de punta, cómo seguir avanzando sabiendo que nos espera al final del camino, a todxs, sin excepción ninguna. Hablo de ella porque es la que le da sentido a la vida, sin muerte no hay vida, y la eternidad no entra dentro de mis planes. Hace poco vino a visitarme, fueron sólo unas décimas de segundo, un segundo como mucho, pero allí estaba, arrancándome de mi cuerpo, inyectando su veneno en mí para que no sintiera nada, para que pudiera irme en paz, tranquila. Sentí miedo y me puse nerviosa, sentí que me elevaba, que me iba, que sobrevolaba mi propio ser, se me pasaron demasiadas cosas por la cabeza para haber sido tan poco tiempo. Pensé en el pasado, en la de tiempo que he estado preocupándome por estupideces, tanto rencor acumulado sin sentido, aunque tuviera mis razones para odiar a alguien en el momento en el que te mueres eso ya no importa, el tiempo de odio es tiempo perdido. Pensé también en el futuro, en todos mis proyectos a medias, en todo lo que empiezo y no acabo, en mi inestabilidad, y en como esa falta de constancia le da dinamismo a mi propia existencia. Pensé en toda la gente que ha pasado por mi vida, desde mis vagos recuerdos de la guardería hasta mis relaciones más recientes, si lo pienso se me encoge el corazón, son tantas personas las que me han marcado que no puedo evitar emocionarme. Pensé mucho, como si el tiempo se hubiera parado,  pero rápidamente mis pensamientos aterrizaron y el miedo que sentía se convirtió en estado de alerta, esto me hizo pensar fríamente, fue sólo un segundo, entonces hablé conmigo misma y me dije: "o te salvas tú o no te salva nadie". Fue entonces cuando un sencillo gesto me devolvió a la realidad, a la vida, volví del camino sin vuelta, no vi más allá, sólo vi un fin, tranquilo y sosegado por la droga generada por mi propio cuerpo, pero un fin, sin nada al otro lado.

Lo curioso de esta historia es que uno de los borradores que tenía preparados antes de que tuviera esta experiencia hablaba de la muerte también. Para mí este tipo de coincidencias no existen. A continuación dejo el fragmento escrito del borrador, tal cual lo escribí en su momento, sin modificaciones ni censuras:
En esta noche me siento sola, siento que caigo al vacío, ese vacío existencial que vuelve a mí, como tantas otras veces. Cuando estoy a solas con mis pensamientos le doy vueltas a mi mente, es inevitable pensar en ella, en la que nos espera a todxs, en la que nadie quiere pensar, de la que nadie quiere hablar; pero que, aunque la ignoremos, no podemos eludir la cita con ella. La pienso, la miro, me da miedo, pero también me hace sentir viva, ¿qué es la vida sin la muerte? Avanzar contrarreloj me hace apreciar cada instante, cada momento, me ayuda a elegir, a saber cuales son mis prioridades.

Hoy hace una semana de mi renacimiento y quiero celebrarlo con este texto. Hay una canción de rap (ahora mismo no me acuerdo bien de quien es) que dice "somos el tiempo que nos queda" y nada mejor que aprovechar ese tiempo que somos construyendo nuestro propio destino ahora mismo, mañana es tarde. AHORA O MUERTA.